martes, 16 de noviembre de 2010

Esperando ME espero

Me duele, me duelo.
El odio por mis odios desde adentro;desde mis adentros revienta, me revienta.
Soy sombra de formas sin forma
Soy un grito desgarrado que grita en silencio
Soy tantas que son nada.
Me arrastro desde el abismo, Me doy la mano y sujeto fuerte porque no deseo verme caer.
Me duele, me duelo.
espero mientras me espero y voy fumandome
este ánimo desanimado que ni fuerza tiene.
mis sueños están en huelga, mi esperanza se suicido anoche y el porvenir
me soborna con altos precios que no puedo pagar.
Hace frió, me abrazo y espero mientras me espero.
El olor de la muerte me impregna, la siento susurrar rosarios en mi oído
me hace promesas de una gélida eternidad a su lado
mientras tanto me duele, me duelo.Me muero.

Definitivamente necesito otra historia que contar...

lunes, 4 de octubre de 2010

La despedida

Prendió el último cigarrillo y leyó la carta una vez más. Una cuartilla había bastado. Una cuartilla para una despedida. Deseaba ser precisa, no excederse en el argumento ni inventar razones para camuflar las verdaderas y que doliera menos; ya seguiría tedioso para Leonardo leer así que no pondría más tensión escribiendo una carta de páginas enteras.
Dejaba claro que lo amaba pero también aclaraba que con los años había entendido a través de su carne, que el amor no era un asunto sagrado y que llega a cansar, torturar, fastidiar, desgarrar, acabar y corromper. Lo amaba, si lo amaba pero estaba terriblemente cansada de luchar todos los días contra los absurdos de una supervivencia diaria que le causaba tanto malestar, tanta dificultad y que por eso había decidido irse. No se iba por él, se iba por ella.
"Me voy por mi"- pensaba mirando su caligrafía torcida y visiblemente nerviosa. Se iba por ella, porque se había convencido de que esa salida era la única salida y no quería intentarlo más. Pensaba en las rutinas matutinas cuando se sentaba frente al espejo evitando mirarse a los ojos para no horrorizarse ante sí misma por su decadencia; maquillaba su mueca de permanente frustración, pretendía que el polvo cubriera las arrugas de la desolación y las imperfecciones de esa vida que tanto odiaba.
Siempre deambulando por la casa como un eco de su propia voz, como una representación falsa de lo que debía ser, una pantomima de mujercita perfecta puesta en su lugar; fruncía los labios para no gritar, siempre apretando la boca, tensionando el cuerpo y recordando que no podía, que no debía lamentarse y así cada noche se acostaba sabiendo que no había muerto sólo un poco sino que vivía bastante poco.
Dejó la nota y caminó un poco en círculos, estaba tan fría, temblaban sus manos y su cuerpo, tenía miedo, tantísimo miedo; las ganas de vomitar le revolvia el estomago y de pronto todo se hizo tan ajeno; era como si pudiera verse desde afuera, como si otra se sintiera tan pequeña en esa habitación tan extraña ahora. Buscó torpemente en sus bolsillos y sin darse un segundo para reflexiones previas, tomó el veneno que durante días cargaba consigo mientras esperaba tener el valor o la cobardía suficiente para beberlo. Antes de perder sus fuerzas caminó hasta la cama con la cartica en las manos y se acostó boca arriba aferrándose al papel.
Leves convulsiones sacudieron su cuerpo, al tratar de respirar el pecho sonaba como una vieja locomotora; le parecía que la cabeza se le partía y que diminutos duendes le comían el cerebro; se fue entumiendo desde los pies, dentro de la piel le hormigueaba la sangre bulliendo caliente y sintió miedo; sus lágrimas desesperadas mojaron la almohada y se ahoga con su propio llanto sintiéndose reventar. Piensa en ella tan miserable, intenta anesteciar el dolor recordando que por instantes se sintió medianamente feliz, las imágenes se sucedieron unas tras otras y como un ritual ordenó las memorias que ya no viviría: Las tardes de lecturas tirada en el jardín, el sabor del vino inundándole la boca, el humo del cigarro que expulsaba por la nariz, la respiración de Leonardo en su cuello cada noche, las horas muertas que pasaba frente a la hoja en blanco antes de escribir, Vivaldi y su Invierno, la risa de la madre, el desamor del padre, las guerras entre su sexo y el sexo del hombre que amaba y abandonaba; las luchas constantes, las pequeñas victorias... Dejó de temblar, fue quedandose muy quieta, la respiración se hizo densa, el pecho no sonaba y la fuerza no le permitió seguir apretando la carta. Comprendió tristemente que moría, ya no tendría que obligarse más, ya sólo debía caer y dejarse llevar hasta la profunda oscuridad; en ese último segundo, sin ganas de entregarse a la muerte que había desafiado, inútilmente quiso sujetarse a la vida.

martes, 21 de septiembre de 2010

Amnesia

Permaneció un largo rato frente a la puerta sin valor para tocar. Desde adentro le llegaban las risas familiares, las voces disminuidas a murmullos y los pasos que iban de un lado a otro; haciendo alarde de una precaria capacidad auditiva buscaba reconocerla en medio de la mezcla de ruidos. Aunque habían pasado los años sabía que podría identificar el tono de su voz, el taconear de sus zapatitos, su risa que en carcajada sonaba como un agudo alarido; como perro sabueso podía olerla a través de la puerta sin abrir.
Le había comprado flores - margaritas como le gustaban a la nena - pero aún no decidía si las entregaría porque ellos, los familiares presentes, podrían mal interpretar el detalle y hacer comentarios mal intencionados entre dientes. Al final decidió dejarlas entre la maleza del jardín, al salir, las cogería para tirarlas en cualquier basurero. Sonrió sacudiendo la cabeza mientras escondía el ramo tan bien arreglado en la floristeria, que torpe era para esas cosas.
Sólo deseaba lucir bien, impresionarla cuando lo viera, que ella le sonriera al verlo, que lo mirara de esa manera tan dulce y levantará sus cejas en señal de saludo como lo hacía tanto tiempo atrás cuando él llegaba y la encontraba sentada en el patio jugando a las muñecas. Habían pasado tantos años y de ella se decían tantas cosas en los almuerzos familiares los domingos: que le iba bien en Madrid, que terminaba maestría en letras, que ahora publicaba para una revista especializada, que ganaba bien, que tenía novio vasco también periodista, que el acento le había cambiado, que dejaba al vasco por un chileno, que iba, que venía y luego; el último domingo de agosto se informó que la nena venía.
Desde entonces la zozobra constante no le dejaba un segundo de paz. El alcohol y él retomaron su fatal relación, la úlcera empeoraba y el ardor no lo dejaba dormir en las noches, fumaba como un loco empedernido al punto de sentir la garganta irritada; deambulaba por los pasillos de su apartamento dejandose caer a ratos en los rincones para inventar las charlas del reencuentro.
Sabía que los años lo habían deteriorado, que ella lo vería viejo y cansado, algunas canas, algunas arrugas evidentes, los dientes amarillos, las manos huesudas y ese caminar decrépito. además ya no era el hombre exitoso que había sido enseñando en la universidad; ya no había prestigio, el carisma que tanto gustaba a quienes lo conocían ya no estaba esfumado, ese encanto natural...siquiera era un hombre de familia, su mujer lo abandonó cuando él le confesó una noche impregnado de dolor y envenenado de licor, que amaba a la nenita, a la misma que ya no estaba, la que lo dejó sin mirarlo a la cara para decir adiós; esa misma que regresaba justo cuando él era una nada deprimente, una escoria abandonado por los que alguna vez fueron los suyos, abandonado por sí mismo en sí mismo.
Pero ahí estaba, esa noche la vería de nuevo, podría mirarse en sus ojitos como antes, envolver su diminuto cuerpo en el suyo, sentirla temblar cuando la abrace, estremecerse con la cercanía, aspirar su olor hasta embriagarse, besarla, morder un poco sus labios y hacerle el amor. Cómo extañaba hacerle el amor de esa manera cruenta, necesitaba verla, penetrarla de nuevo como esos días clandestinos; exprimirle la carne y verla sangrar, rasgarla de nuevo, destrozarla por dentro con su miembro duro y erecto. Era de esa forma que la amaba y la deseaba, así, salvaje y en carne viva- como los poemas de Lorca que le leía en ese entonces.
Se sobresaltó cuando la puerta se abrió sin tocar aún y esbozó una ligera sonrisa a su hermana que lo hizo entrar de un empujón mientras preguntaba por qué no había tocado.-Terminaba de fumar- respondió resignado. No tuvo tiempo de sacudirse el aturdimiento, no pudo preparar su mejor expresión, sacarse la actitud de idiota o peinarse un poco para camuflar las canas; ahí estaba. Ella parloteaba y se moría de risa con sus primos rodeándola; fumaba, ahora la nena fumaba y era otra siendo la misma. Era hermosa.Tan hermosa como la primera vez que la vio con el vestido amarillo de boleros, el pelo enredado y los zapatos blancos que usó para la primera comunión. Definitivamente no era la misma, su nena no había regresado, esa mujer se le parecía pero no era la que esperaba; esa que miraba conteniendo las lágrimas era figura de mujer desgastada y melancólica; hermosa, pero demacrada como las putas cuando amanece. Notó una tristeza desgarradora en la expresión de la que no era más que una desconocida, su mirada reflejaba amargura, parecía perdida entre tanta algarabía familiar, se notaba incomoda y desganada.Aquella mujer aniquilaba de un trancazo la imagen que amó y mantuvo durante tantos años, le quitaba la vida a lo que fue su vida y el encuentro que tanto vivió en sus memorias inventadas terminó convirtiendolo en un miserable peor.
Dio un paso adelante sin dejar de mirarla, caminado lento, con la torpeza de quien da sus primeros pasos, sintiéndose estafado y enojado; caminaba hacía ella sin saber como enfrentarse a la realidad de su fantasía,inseguro en cada paso que daba al avanzar,cambiando mentalmente una situación por otra, razonando a mil por segundo, entregándose a ese prolongado instante. escarbando entre imagenes del pasado... entre esas del pasado la recordó con exactitud.
Y la miró. Y ella lo miro. Un tácito horror al reconocerse. Recobró la memoria, recordó el amor hecho carne y sangre; superó la amnesia obligada durante años y recordó a la nena cuando él entraba en su cuarto todas las noches para hacerle el amor. No lo amaba. No era el amor sino el espanto lo que los unía; el legitimo terror de una niña asustada. Recordó las lágrimas que caían en la misma almohada a la que el se aferraba cuando el placer dolía; las suplicas de no hacerlo más, las veces que la encontraba escondida bajo la cama, el saludo indiferente con un simple levanton de cejas; la sangre en su entrepierna; el repentino abandono sin una despedida. No lo amaba. Lo sabia en ese momento, lo supo antes, lo sospechó siempre pero era tan mezquino que reconocerlo era vergonzoso.
La nena lo miró, intentó sonreír y levantó las cejas para saludar.

lunes, 20 de septiembre de 2010

Me voy para quedarme



Me voy para quedarme, para aferrarme, para arraigarme.

Me voy buscando otros ojos, otros sueños, otros versos; para escuchar una voz distinta a esta voz y pisar otro suelo que no sea nuestro suelo.

Me voy para olvidar que no hago otra cosa que recordar,

para enmendar todo lo que he sabido destrozar. Para caer, levantarme y caer de nuevo.

Me voy para empezar el cuento de nunca acabar, para vivir y dejarme morir; para dividir y aprender a unir.

Me voy para aprender a odiar lo que amo erróneamente y amar lo que desconozco; para andar sobre el camino ya desandado...para caer, levantarme y volver a caer.

Paradoja

Yo fumo y espero.Fumo aunque ya no fume; aunque lo haya dejado y de un tiempo para acá apoye las campañas contra la contaminante legión de fumadores a tal punto de firmar una encuesta donde se promueven espacios libre de humo.Ya sabemos, la hipócrita conducta humana.
Bebo el último sorbo de café que frió y amargo es más delicioso, como tú cuando estas caliente.Espero acurrucada en el sillón que tanto nos gusta cuando nos urge el sexo y llegamos un tanto borrachos con la ternura embriagada, trato de leer esa revistica tuya donde le rinden homenaje a Octavio Paz pero no logro pasar del primer renglón y me siento avergonzada ante la foto en blanco y negro del genio mexicano que me expía desde su inercia. Dejo la revista, camino de un lado a otro como animal enjaulado torciéndome los dedos mientras te maldigo por no estar, por estar aunque no estés, por ser un extraño conocido que me hastía cuando está y me hace falta cuando no.
No me alejo mucho del sillón, cuando escuche que introduces la llave en la cerradura, correré a mi puesto y desde allí fingiré que no te esperaba, que no no te odio, que no te amo.
Por un momento, sólo por un instante, dejas de ser mi mayor preocupación y miro a través de la ventana, miro como en medio de la aparente quietud todo va a mil por hora, como todo pasa cuando se supone que es lo contrario; imagino a mis vecinos en el mismo instante que yo, trato de construir eso que hacen en el mismo segundo que yo pienso en ellos; cómo vive quien vive al otro lado de mi pared,cuántos al otro piensan en mí como yo en ellos, cuántos acontecimientos en ese mismo segundo: una lágrima, un beso, un cruce de miradas, un roce, un grito, un golpe, una carcajada, un rotundo no, un esperado si...sonrío un tanto romántica pero recuerdo que te espero y mis demonios vuelven a abrazarse a mí. Te escucho en el pasillo, reconozco el sonido de tus zapatos chocando contra el suelo, corro al sillón y retomo mi lectura no leída; finjo no fingir.
Ahí estás. también fumas y traes bajo el brazo el libro que finges leer cuando no quieres hablarme y esa estúpida expresión infantil de permanente hostigamiento; la espera se ha convertido en una incomodidad familiar para los dos. Me ves sin mirarme y como un ritual que te cansa y me cansa, te acercas forzando una sonrisa y me das un beso. El beso de mi judas que me entrega al destierro emocional para que los duendes de la decepción me arrastren al espesor de mis adentro. Conozco ese sabor en tus labios, ese que mal camufla el alcohol y el cigarrillo que fumas; he bebido esa saliva mezclada con la tuya ahora, yo también te he besado con ese sabor en mi como un virus que nos pasamos en uno al otro y al otro.
Caminas de un lado a otro mientras vas dejando la ropa en un rincón; y no me miras porque sabes que te miro; mientes y yo te escucho mentir sintiendo que voy dejándote solo, que me aparto de todo, que te abandono, nos abandono. Luego ríes y vuelvo a oir tu voz aunque no te escuche ni entienda lo que dices, vuelves a reír y me veo obligada a esbozar una mueca que sería una sonrisa para hacerte saber que estoy acá, que te escucho, que te creo. Me levanto para no soportarte más, digo cosas sin sentido como madrugar, estar cansada y menciono mi frecuente e inventada migraña. Pido que apagues las luces, abandono la lectura que no inicié, te miro a los ojos con ternura, te acarició como se acaricia a un perro y doy la vuelta rumbo a la habitación tratando de descifrar qué me molesta más: que me engañes o que el amante sea el mismo.