miércoles, 29 de junio de 2011

Reflejo

Estaba oscuro y no sabría decir cuándo llegó; creo que había tomado muchas cervezas y comenzaba a ensimismarme, por eso no supe cuando apareció. Quizá ya estaba cuando llegué, no lo sé, pero la descubrí mirándome desde el último rincón del bar; una fijeza escalofriante en su forma de mirarme, una tristeza capaz de conmoverme hasta el agobio. Estaba absorta en mi, extraviada en mi presencia aunque no me notara, traspasandome con sus ojos húmedos y grandes. Al igual que yo, también fumaba con desgano, bebía cerveza y parecía cansada de lidiar con la vida.


Por su apariencia era fácil creer que recién salia de una fiesta pero que no había pasado nada bien; además su vestido me pareció un tanto elegante para un bar de mala muerte como ese. Los labios rojos no eran tan rojos por el lápiz labial, al reparar un poco más supe que sangraba, que los traía reventados y un hilo de sangre se notaba en ellos, me sobresalté un poco y busqué a mi alrededor alguien que hubiera notado su presencia, otro que la observara con la misma meticulosidad que yo, pero todos allí estaban en sus charlitas, en sus brindis y sus tragos amargos de licor sin darle importancia a un extraña refugiada en las ultimas bancas del lugar.


Quise acercarme y preguntar la razón de su pena, secar la sangre en sus labios e invitarle una copa más, quise hacerlo pero me aferre a mi propia melancolía para no hacerlo, me aferré a mi apatía por los pecados ajenos y me recordé que para dramas, el mio bastaba.


Tomé un sorbo más de mi cerveza recalentada y volví a su mirada alerta, esta vez chocó mi mirada con la suya y ambas nos estremecimos, oliamos la mutua miseria, la misma soledad, la angustia de sabernos perdidas en medio de un mundo hostil, la sensación de ser nada ni nadie, de no haber sido un ritual mal visto, estoy casi segura que nos habríamos acercado para abrazarnos y lamer las heridas propias y ajenas.


Una lágrima negra y espesa rodó por su mejilla y la vi abandonarse para caer en sus adentros, la sentí desvanecerse ante mis ojos perplejos, sentí que se alejaba y que seguía cayendo. Me levanté sin previa meditación y di una par de pasos inseguros hasta ella, me supe mareada y tambaleaba mi equilibrio; busqué su mirada y la vi fruncir el ceño, me miraba ahora con desconcierto. Enredé un paso con otro, me fui de bruces al tropezar conmigo misma y caí contra el espejo en que me miraba, supe entonces que no era nadie, no había otra más que yo frente a una imagen que ahora reventaba y caía en mil pedazos al irme contra el acongojado reflejo. Mi reflejo.

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